domingo, 1 de julio de 2018

La Algaba, Sevilla, un asesinato y la Coronación de la Virgen de los Reyes


Una historia del siglo pasado de unos vecinos de nuestro pueblo, La Algaba-

Cuentan los testigos de aquel acontecimiento que el prelado de Sevilla, el arzobispo Marcelo Spinola, a la cincos de la tarde de aquel sábado de 3 de diciembre de 1904, mandó tocar las campanas de la Catedral, cruzó la plaza que separa el palacio arzobispal de la Puertas de Palos, y subiendo al paso de la Virgen de los Reyes, puso en sus manos un telegrama diciendo: 

Señora, ahora bien puede ser usted coronada, pues has escuchado las oraciones  de esta ciudad clamando para que no no maten a uno de su hijo ”.

-¿Qué decía ese telegrama y quién lo mandaba?-

 “Para gloria de la Virgen de los Reyes, cuya coronación celebra mañana Sevilla entera, y con íntima satisfacción de mi alma, de la que participará esa noble ciudad, he indultar de la pena muerte a Miguel Molina Moreno. “

El remitente, el monarca Alfonso XIII desde el Palacio Real de Oriente.

-En la Capital y en La Algaba-

Poco después el alcalde de La Algaba , Diego Carbonell Herrera, recibían un llamada del diputado por Sevilla, D. Manuel Clavijo , comunicándole que al paisano de ambos, Miguel Molina Moreno, le había sido conmutada por cadena perpetua la ya pronta aplicación de pena de muerte a garrote vil. Y de esta forma las campanas del la Parroquia de Nuestras Señora de las Nieves se unieron a las de su hermana mayor de la Catedral de Sevilla.

Gran regocijo se daba tanto en La Algaba como en Sevilla de donde una semana ante saliese una comisión anunciada por el Senador Conservador Sr. Ibarra. Esta comisión estaba presidida por el Arzobispo Marcelo Spínola-  ¿su intención? -  gestionar el indulto de Miguel Molina. La respuesta no hizo esperar tras tal anuncio de parte del ministro de Gracia y Justicia, el  Sr. Maura, quien dijo que bien podrían ahorrarse el viaje,  pues el Consejo de Ministro había examinado detenidamente el expediente varias veces, la última a petición de su rival político, Rodríguez de  Borbolla, senador del partido liberal por Sevilla, al que acompaño su amigo D. Manuel Clavijo,  diputado provincial, el Juez, el sacerdote,  el alcalde y su primer teniente del pueblo de origen del condenado a muerte, La Algaba, quienes  se entrevistaron con él el mes de junio. Lo cierto es que si bien aquella visita del mes junio no logró la conmutación de  la pena a garrote vil de Miguel,  sí propiciaría la de su hermana Dolores a quien el 14 de noviembre el Tribunal Supremo estimó su recurso rebajándole la pena de muerte a la de cadena perpetua.  

¿Quién eran estos dos vecinos de La Algaba? ¿Qué actos cometieron?

 La respuesta es fácil, Miguel fue el autor confeso de la muerte de su cuñado, al que luego descuartizó con la ayuda de su hermana, arrojando los restos en unos sacos al río Guadalquivir. Fue el parricidio  denominado por la prensa como “El Crimen del Hombre Descuartizado” que conmocionó a la Ciudad de Sevilla pasado solo tres años del nuevo siglo XX. 

El asesinato, si bien fue cometido la noche del viernes 4 de septiembre de 1903, los primero restos, los últimos que Miguel arrojase al río, la cabeza y un trozo del cuerpo de Cayetano Álvarez Muñoz, fueron descubiertos poco después en la mañana del domingo 6 de septiembre.  

Durante la mañana del lunes se fueron encontrando los otros cuartos bulto que restaban.  El primero de ellos, que contenía dos antebrazos desarticulados, el derecho presentaba una herida lateral,  y dos manos gordas y callosas. Estos fueron entregado al Juez el Señor Carasony y al teniente fiscal de la Audiencia.

A la misma hora, un muchacho encontraba cerca otro envoltorio, que contenía un femur con carne, un pie, el tercio superior de un hombro y la pared anteroizquierda del pecho.

Más tarde, en el muelle y el sitio conocido con el nombre de Espigones, un carabinero vio otro envoltorio, que contenía otro pie, los humeros de ambos brazos, varios  trozos de vientre y otros restos.

Y por la tarde apareció el último saco con otros pedazos en el Guadalquivir, junto a la Pasarela.

En un principio la policía barajaba dos hipotesis. La primera que se tratase de los restos de un maestro de escuela, que faltaba de su domicilio desde hacía cinco dias. Y la segunda la de un vecino del cercano pueblo de Arahal, y de quien se temía que hubiese sido victima de un ajuste de cuenta por haber denunciado un contrabando de tabaco. Pero ambas se cayeron cuando, el primero fue hallado en el pueblo de Camas y del segundo se supo que se encontraba en un buen estado.

Con ello se desvanecía toda posibilidad de reconocer el cadáver cuando un guardia municipal, Francisco Martínez, que estuvo viendo los restos encontrado el primer saco, creyó  reconocer la cabeza de un trabajador de  la estación de Cádiz, pero no estando del todo seguro, pues la persona de quien creía eran los restos era bizco, pero curiosamente aquella cabeza tenía los dos ojos saltados. Así pues, creyó conveniente acudir al factor de la estación de Cádiz, Cándido Goméz Herrera. Éste  acudiendo sin dilación a la jefatura de policía, y viendo el cadáver,  confirmó que el muerto era Cayetano Álvarez, pesador en la estación.

Abierta esta nueva línea de investigación, la policia tiene conocimiento de que Cayetano no se le había visto por la estación desde que el viernes cobrase su mensualidad de sesenta y seis pesetas. Por lo que decide llegarse a su domicilio en Casa Pascual en calle Gayangos Nº 34 donde vivía con su mujer Dolores, su hija de 5 años y su cuñado. Pero al no encontrarlos allí,  preguntaron en el vecindario y les informaron que aquella familia se había marchado el sábado de forma urgente, según creía a una casa en la calle General Castaño. La policía tras realizar ciertas averiguaciones, da con el nuevo domicilio de los hermanos Molina en la calle antes indicada,  en el número 17. 

La policía después de instruir las primeras diligencias, a las ocho de la noche, el inspector de policía Sr. Igea, dispuso la detención su cuñado Miguel y lo llevaron ante el cadáver de Cayetano para que lo reconociese. Al ver Miguel su cabeza, se estremeció y contestó nervioso a las preguntas que el Sr. Igea le dirigiera. Y , aun cuando  trataba de aparentar tranquilidad,  no podía ocultar la impresión que le estaba causando el interrogatorio. 

Una vez practicada la diligencias referida en el anfiteatro, fue trasladado al palacio de Justicia, donde se constituyo el Juzgado formado por Sr. Carazony, el actuario Sr. Rojas y el oficial Sr. Barruel. E igual hicieron con la mujer de la victima Dolores Molina, y su la hija. Miguel en todo momento mantenía su inocencia antes el señor juez.

Mientras esperaba Miguel Molina las órdenes del juzgado en el patio del Palacio de Justicia, se acercó a él sargento de la guardía civil Sr. Cabreiro y sin dudarlo un momento le preguntó:

“Miguel donde tiene usted el baúl en que trasladaste el cadaver de tu cuñado. Sabemos que que lo sacastes de  Casa de Pascual Gayangos nº 34”.

Sorprendido Miguel por al pregunta, no supo al principio que contestar, pero al considerarse perdido, viendo que el sargento conocía detalles del crimen, le manifestó que quería decirle cuatro palabras. El sargento Cabreiros le llevó a un rincón del patio, y allí se confesó autor del crimen indicándole: 

“Mi sargento, podrá usted encontrar el baúl en el nº 5  de la calle González Cuadrado . Lo llevé allí porque el dueño, un amigo mio, no vive desde hace algún tiempo aquí en Sevilla y me dejó la llave para que le cuidase la casa”.

El Sr. Cabreiros entró seguidamente en la sala del Juzgado y dio cuenta al Sr. Carazony de la confesión hecha a Miguel Molina. El Juez no lo pensó dos veces y salió inmediatamente en su coche en compañía del fiscal, del sargento y de los cabos Martín y Fuentes, comandantes de los puestos del Parque y Puerta de San Juan a la calle González Cuadrado. Allí encontró el baúl y en su interior una una manta, la ropa de la victima lavada y dos cuchillos grandes de hojas anchas como los que usan los carniceros para descuartizar, dos navajas de afeitar y dos cuchillos de cocina. El baúl fue trasladado al Palacio de Justicia.

 He aquí recogido en un periódico de la época.

El HOMBRE DESCUARTIZADO
                                                   ____________

(Por telegrama)
(De nuestro corresponsal)

Los autores – El día del Crimen- Envoltorios del Cadáver- Los móviles.
Sevilla 8 (2.20 t.)

El hecho se realizó dentro de la habitación de Cayetano, Casa Pascual  Gayangos, 34.
El sábado se mudaron el asesino y su cómplice a la calle del General Castaños, numero 17, trasladando el cadáver envuelto en tela de colchones dentro de un baúl.
Molina compró después dos cuchillos de carnicero y dos navajas barberas con cuyos instrumentos descuartizó el cadáver.
Con los trozos resultantes hizo cinco bultos, envueltos en lona y amarrados con una cuerda, arrojándolo al rio.
El último envoltorio contenía la cabeza y un trozo del cuerpo, que se descubrió en la mañana del domingo.
La ropa de la víctima y los instrumentos descuartizadores fueron llevados por el criminal dentro de un baúl a la casa de un amigo, ausente de Sevilla.
Además de Molina, ha sido detenida la mujer del muerto, creyéndose que entre ambos lo mataron a martillazos.
El móvil del delito parece ser que fue por antiguos resentimientos. Madera

Odios Antiguos- ¿Amores incestuosos?- La noche del Crimen- Fuerte altercado- Muerte a martillazos-.
Sevilla 8 (2.20 t.)

Se sabe positivamente que el asesino sentía un gran odio contra su cuñado.
Hablase también de amores incestuosos entre los hermanos Molina.
El asesino vivía con el matrimonio desde su regreso de ultramar en 1895, existiendo frecuentes disgustos entre ambos cuñados, inclinándose siempre la mujer de la víctima del lado de su hermano.
Una vez Cayetano Alvares quiso ausentarse de Sevilla con su mujer, oponiéndose terminantemente ésta, diciendo que de ningún modo abandonaría a su hermano.
Los dos cuñados apenas se hablaban.
La  victima dormía en una habitación alejada. Su mujer descansaba en la misma de su hermano.
La noche anterior al crimen, Cayetano expresó a su esposa el deseo de separarse, llevándose consigo a su hija. Entonces se promovió un fuerte altercado entre los cuñados, dando un gran empujón a Molina.  Este se marchó a la calle, regresando a altas horas de las madrugadas, y descargando fuerte martillazo en la cabeza de su víctima dormida.
La muerte debió de ser instantánea.
La mujer no se apercibió del hecho hasta después de realizado. – Madera.

Declaraciones del criminal-Cinismo repugnante-Convicto y Confeso-Aspecto de los Asesinos- Impresión penosa-Elogios a la Autoridad.
Sevilla 8 (2,30 t)

Molina negó tercamente que su hermana tomara parte den el asesinato.
Con gran cinismo asegura que el cadáver resucitase volvería a matarle.
Al principio negaba su delito, confesándose más tarde autor de él, ante las habilidosas preguntas del sargento de la Guardia Civil Cabreiro. Este le preguntó por el baúl, inmutándose grandemente el asesino.
Tiene aspecto repulsivo, es de baja estatura, delgado, moreno  y con bigote negró, su rostro expresa crueldad.
Dolores Molina, esposa del la víctima y hermana del asesino, es gruesa, morena de fracciones desagradables.
La hija del matrimonio tiene cuatro años de edad.
Los hermanos Molina háyanse incomunicados.
La impresión causada por el crimen es borrosa, siendo el tema de las conversaciones.
Las autoridades son muy elogiadas por su actividad en el descubrimiento de este horrible crimen.
El juzgado continúa trabajando en el esclarecimiento de los hechos.

El último día de aquel año de 1903 fue señalada la vista para los días 19 al 22 de enero, hecho que fue aprovechado por Miguel Molina para dirigir una carta al presidente de la Audiencia diciendo que habiendo leído el escrito del calificación del fiscal, se ratifica en las declaraciones que prestó al instruirse el sumario ampliándolo con algún nuevos detalles. Insistió en aquella carta que  cometió sólo el asesinato y añadió que pretendió buscar un piso bajo con corral para enterrar en éste el cadáver de su cuñado. Y al no  serle posible encontrarlo, decidió descuartizar el cuerpo y arrojarlo, en trozos, al río.  Queda claro por tanto, y una vez más, la obsesión de Miguel por salvar a su hermana Dolores. A quien en todo momento se refiere como su madre. 

Prometo volver para contaros como se desarrollaron las vistas, cual fue la condena, los indultos y la escapada de Miguel de la Cárcel.



domingo, 11 de febrero de 2018

EL TRÁFICO DE LA CARNE DE BURRO EN LA ALGABA

"EL CASO CASETA"

LA ALGABA 1920


En contra de lo que pudiese creerse el origen de la industria del aprovechamiento de la carne de jumento, mulo y caballos viejos en el pueblo de La Algaba, bautizado con el genérico nombre de “venta de carne de burro”, no tiene su origen en los años 50 del siglo pasado, años de postguerras y escases, cuando no de verdadera hambre en la mayoría de la población. Si no, por el contrario, su génesis se localiza cuarentas años antes durante el desarrollo de la segunda década del siglo XX (1910 a 1920). Así, un día de víspera de Reyes de 1920, salta la siguiente noticia a los rotativos nacionales. “El matadero clandestino de burros de La Algaba”. Ello sorprendió a todos los sevillanos desconocedores de si habían sido objeto del engaño de degustar carne de burro en creyendo hacerlo de vacuno. No ocurriendo así en el vecindario de La Algaba quien estaba al corriente de lo que algunos denominarían como atentado contra “La salud pública”, si bien éste nunca se atrevió a denunciarlo a la autoridad pertinente. 
Pero sigamos ahondando en esta noticia. Según comentan los periódicos del momento, un avispado industrial dueño de una venta en el camino de Sevilla a la salida de La Algaba, apodado el Caseta, quien a consecuencia de las obras de construcción del puente de La Borbolla había visto aumentar su clientela, concibió la fructuosa idea de disponer en la misma de un madero de los burros desechados en la construcción del cercano puente de hierro. Y puestos, debió de pensar el Caseta, que mejor provecho sería para los obreros de la construcción la carne de tan sacrificado animal, que por escasa bien cara se pagaba por aquel entonces la carne de otros rumiantes que en edad e incluso trabajo lo igualaban.
Poco a poco el negocio fue prosperando y poner tapas de carne de animales de carga, eso sí, disimulada como de vacuno, alcanzó tal apogeo en la colindante ciudad de Sevilla que cuando se produjo la confiscación del matadero por la Policía se venía sacrificando en aquella venta dos animales por día. Bien podría decir el Caseta que “Se la quitaban de las manos” . La matanza de los animales, cuenta el periodista que cubrió la noticia, se realizaba por el procedimiento de la puntilla, tal y como se hacía en la Real Maestranza, que bien merecido se lo tenía los equinos viejos de morir al más clásico estilo taurino. Siempre se buscaba la noche o la madrugada para realizar tal sacrificio, como no podía ser de otra forma, pues la carne despiezada habría de ser puesta por la mañana en Sevilla. Para ello contaba como transporte a varios “acarreadores”, hombre o mujeres que cobraban en razón de la cantidad de carne que entregasen en los puntos de destino, generalmente un trozo de cuatro o cinco kilos. Y la forma de pasar la carne para que no fuese decomisada por la Guardia Civil o en el fielato era, en caso de los hombres ocultarlo debajo del chaleco y en el caso de las mujeres, en las faldas y abdomen simulando estar embarazadas. En cuanto a los puntos de destinos eran muy variados, desde fondas en las que su bajo costo no permitía incluir en el menú carne de vacuno y tabernas en las que las medias cañas y chatos de vino eran acompañados de unas voluminosas tapas de carne. E incluso en el colmo de la insolencia, se despachaba en puestos de carne de los mercados sevillano de la Encarnación y del Postigo como carne de vacuno. 
Pero no pensemos que el matadero del Caseta era el único existente en el pueblo de La Algaba, que ya se sabe que cuando un negocio prospera siempre surgen otros que lo imitan. Así dentro del pueblo fueron proliferando mataderos clandestinos dedicados al sacrificio de los animales antes mencionados e incluso se procedía, con todo el descaro del mundo, a la venta de su carne en lugares muy céntricos del pueblo, aso sí con “denominación de origen del tipo de animal” . A tal respecto tal vez los vecinos de La Algaba harían suya la excusa enunciada por un periodista de la época “comer mal donde hay mucho que no comen, es, después de todo, un amable privilegio” . Por tanto, hemos de concluir que realmente ya en la segunda década del siglo XX ya existía una prospera industria de “Carne de Burro” en La Algaba y toda una red de tabernas, posadas y puesto de carnes de la capital donde se expedía la misma. Pues no es posible que una industria se desarrolle si no existe un mercado que demande sus productos.  
Esta curiosa noticia, de un marcado carácter provinciano, transcendió y fue motivo de un tira y daca en la ciudad de la Corte entre los seguidores del partido liberal y los correligionarios de  los conservadores o mauristas  que veía en lo ocurrido en La Algaba un vivo ejemplo de lo que acontencía en nuestra Nación: “mal de España es la cobardía, encogimiento del Espíritu Ciudadano… toda la Nación es Algaba que quien reina aquí es el miedo y los excesos de libertada mal entendida”. Por el contrario, los liberales venían a justificar la actitud del vecindario del pueblo con la siguiente argumentación: “que la vida está muy difícil y las subsistencia ya tan rara y tan cara”. Y como solución al tráfico de la carne de burro: “Policía hombre, policía. Una operación de Policía basta ahora. Y dejen ustedes a la libertad tranquila; que si a su amparo han fenecidos unos jumentos, también bajo su protección se crían muchos más”.  Pero lo que realmente se escondía debajo de esta trifulca era el hecho de que el exdiputado liberal de las Cortes Españolas por Sevilla e hijo del pueblo de La Algaba, Manuel Clavijo Torres, estaba encubriendo dicha industria al evitar que las denuncias realizadas por la Guardia Civil de La Algaba prosperasen. Y como prueba las declaraciones de Juan Caballero Caña, Guardia Civil de dicho puesto , el día siete de 1920 a los reporteros del Diario el Sol: “En ocasiones, he hecho decomisos de esta mercancía; pero las denuncias nunca se cursaron, gracias a la influencia que ejerce en el pueblo el Sr. Clavijo.”. Por su parte, pocos días después el Caseta se apresuraría a remitir una carta que sería publica en los periódicos locales negando que el guardia civil Juan Caballero hubiese realizado  esas declaraciones al diario el Sol, al tiempo que aprovechaba para defender su inocencia al reconocer que tan solo se dedicaba al tráfico de las pieles y como prueba de ello el hecho que cuando fue clausurado su matadero se hubiesen encontrado colgadas secándose 60 pieles de burro en los alrededores de su venta, inculpando a otros del tráfico del al carne de burro: “En el pueblo se trafica con mulos, caballos y burros, vendiéndose en Sevilla, las carnes de ese ganado”. Esa artimaña bien urgida por el Caseta o bien por un tercero (¿el exdiputado Manuel Clavijo?) le valió de poco porque el día 28 de enero varios vecinos de  La Algaba prestaban declaración ante el Juez del Juzgado de San Vicente en las que se hacían constar que era público y notorio el sacrificio de burros y caballos por parte del Caseta y la expedición de esta carne algunos mercados de Sevilla. Ya no cabía la menor duda, lo afirmado el guardia civil, Juan Caballero, era cierto y aquello que saltó a los rotativos no era una patraña, en La Algaba se sacrificaba equinos que se vendía entre el vecindario o se ponían en la capital.
Pero leía así esta noticia bien pudiese parecer que el consumo de carne equino (caballo, mulos, asnos) estuviese en aquella época prohibida  y repudiada por todos los habitantes del solar patrio, nada más lejos de la realidad, pues a comienzo de la segunda década del siglo XX en España y en un contexto de crisis de alimentos y encarecimiento de la carne de abasto, surgen todo un grupo de partidarios, que teniendo como referencia el consumo de carne de caballo de otros países de Europa (Berlín, Alemania en 1910 se consumió 12.000 caballo lo que veían a suponer 5,4 caballos/años por cada 1.000 habitantes, en París, Francia 60.338 caballos/años, en Viena , Austria 14.519) defienden y piden el sacrificio y consumo de la carne de equinos, sobre todo caballo, para destinar su carne a las tablajerías y aumentar así la cantidad de carne a un precio más asequible para la clase obrera. Así en los años 1911 y 1912 el Ayuntamiento de Madrid dedicó gran atención a la carne de caballo y resultado de aquella campaña fue dos folletos de las distintas piezas de carne que se extraían del sacrificio de los équidos y que daría lugar a la promulgación el 6 de noviembre de 1914 de una Real Orden autorizando la matanza de équidos y el dictado de las reglas para la venta de su carne: 
Pasado a informe del Consejo de Sanidad el Expediente promovido por el Ayuntamiento de Madrid en solicitud de autorización para establecer en el matadero público la matanza de reses equinas y destinar sus carnes al consumo, lo emito, proponiendo:
  1.    .  Que puede autorizarse al Ayuntamiento de Madrid para establece en el matadero público el sacrificio del caballo, al objeto de destinar su carne al consumo.
  2.    Que las matanzas de caballo y venta de sus carnes deberán acomodarse a las siguientes prescripciones:
a.     En el matadero público se destinará un local independiente y con las debías condiciones higiénicas, para el degüello de caballos.
b.     Los caballos destinados al consumo serán sano, jóvenes y bien criados.
c.      Antes del sacrificio serán reconocidos por el veterinario correspondiente, lo marcará con una señal especial los que sean admisibles para el consumo de sus carnes.
d.     Estás serán analizadas despúes de muerto el animal y el veterinario que haya hecho el análisis certificará de las buenas condiciones de la carne sin lo cual no podrá destinarse a al venta.
e.     Las expendedurías de dichas carne tendrán una muestra en la que con letras de 15 centímetros de altura como mínimum, que diga “Expendeduría de carne de caballo” y además en sitio visible de la portada, como de muestra, ostentará una cabeza de caballo pintada o en relieve.
f.       En estas expendedurías no podrá venderse ninguna otra clase de carne ni ningún otro alimento.
g.     Como se trata de una nueva industria de utilidad para el público, y de una buena implantación ha de depender en parte su éxito, los veterinarios municipales extremaran   su pericia en el reconocimiento de los caballos y de sus carnes y las autoridades correspondientes ejercerán la más estrecha vigilancia en cuanto se relaciones con la venta de la misma"
 Mas  el  consumo  de  lo  carne  de  caballo  por  aquel  tiempo se enfrentaba en nuestro     país a varios problemas:    
  •   La escases de la población caballar disponible para su sacrificio y posterior puesta en las tablajerías su carne. Razas de caballos existentes en nuestro país cuyos miembros presentaban una tipología de pequeña alzada y tamaño. Y, por tanto, distaba bastante de la carne proporcionada por los corpulentos pecherones bretones franceses o los Meklemburgos alemanes.
  • ·      Abundantes uso en la lidia de toros en la suerte de vara donde terminaba dando cumplida cuenta de todos los caballos inservibles, viejos y de desechos a un precio muchos  más competitivos que su venta en canal. 

Así pues, antes este panorama no hubo más remedio que recurrir a introducir el consumo de carne del primo pobre de los equinos, el burro, como única posibilidad de hacer asequible en precio este alimento  al clase menos pudiente. Y ello tal vez en la intención de hacer efectiva la propuesta que propagaron en 1910  en la Revista Veterinaria de España los prestigioso veterinarios Don J. Farrera y Don J. Barcelo:

“Hay que procurar que la carne no sea el alimento de los ricos como aun sucede en nuestra nación, ya que es indudable que el malestar del proletariado obedece a que no come bien. La alimentación deficiente debilita por un lado la energía y la inteligencia para el trabajo, y , excita, por otro lado, a la desesperación con todas las consecuencias. Por tanto, creemos que los elementos pacificadores del malestar social, son las chuletas y los biftecs”.

Bien parece que tales alegatos fueron aceptados por las autoridades competentes, pues comienza abrirse las primeras tablajerías, eso si bajo la denominación de Carne Caballo, si bien su éxito entre la población fue escasa, por no decir nula, al contrario que lo ocurrió años atrás en los países vecinos de Francia y Alemania. Pero cuando la carestía de vida aumentó considerablemente como consecuencia de la finalización de la primera guerra mundial, dejando  España de ser el almacén de Europa en Guerra, se hizo necesario recurrir con mayor apremio al animal de carga por excelencia para introducir en la dieta de los pobre la carne. Y así don Cesareo Sanz Egaña en la misma revista, y por aquel entonces,  hace todo un encomio de las bondades de su carne pretendiendo, de este modo, propiciar y justificar su consumo:

“ El burro, entre los équidos, es el mejor animal de carnicería. La carne de burro es la más gustosa, muy apreciada en la fabricación de embutidos, la carne de buro par que sea buena debe proceder de una animal capón.
La carne de rucho ha sido muy empleada por los propagandistas de la hipofagia en banquetes y convites. El rucio es la ternera de la carne equina, con mayor sapidez y mejor gusto, pero es majar caro para vulgarizar su consumo entre las clases trabajadoras.
En España contamos con excelentes razas de burros, cuyas hembras podrían emplearse en el abasto de carne, pero cuesta tanto trabajo convencer al público de que ete despreciado animal produce buena carne.
Cuando se habla de consumir carne de caballo se dispone de muchos recursos efectistas: su nobleza, su alimentación, las atenciones de higiene que se le prodigan sirven para que la escuchen y aun son argumentos que pueden convencer. Un animal que así vive, sus carnes pueden ser buenas para la alimentación, la atenciones de higiene que le prodigan sirve para que le escuchen y aun son argumentos que pueden convencer que así vive, sus carnes pueden ser buenas para la alimentación, nadie escucha, nadie quiero ir hablar de la carne de burro. Haced prueba y veréis que gestos de extrañezas hacen la gente, aunque sea ilustrada. El burro, pobre paria de la especie, compañero de todo desheredado, está mal cuidado y peor alimentado, sucio y matado, inspira asco y nadie puede creer que un animal de aspecto tan repugnante pueda tener carne jugosa, sana y comestible.
La aversión es unánime y el hidalgo que todo español lleva incrustado en su alma se subleva cuando se le habla de comer carne de burro tiene carne suculenta que sirve muy bien para la alimentación del hombre”.

Después de leer estas argumentaciones me pregunto ¿ no  pertenecería el exdiputado Clavijo al grupo de políticos que defendiera o tolerara el sacrificio y consumo de équidos con la intención de favorecer el acceso del proletariado al consumo de carne, prohibitivo por el precio para esta clase social,  y conseguir de este modo su pacificación? Nunca lo sabremos, pero lo que no dudo que una vez más los vecinos de nuestro pueblo fueron permeables a los cambios que los tiempos fueron imponiendo. 


AÑOS 50 - LA POSTGUERRA  


Quedó ahí la noticia del tráfico de carne equina en el pueblo de La Algaba y nunca más se supo al respecto, hasta que la hambruna de los años de posguerra y la escasez de alimentos, hizo que de nuevo se reactivase la vieja industria de los mataderos clandestino de “caballo, asnos y mulos”. Y aunque esta industria resurge a mediado de los cuarentas y transita por la década de los 50. Las  primeras noticias sobre los decomisos de estos tipos de carnes no saltarían a los rotativos hasta finales del  año 1955. Noticias que se repetirían de forma reiteradas hasta el desmantelamiento definitivo de esta industria por parte de la autoridad competente a mediados de 1958. Así el 2 de Mayo de 1957, y cuando ya la clandestina “venta de carne de burro” del pueblo de La Algaba había ocupado gran número de titulares en la prensa sevillana,  un periodista del ABC escribiría:
“  En La Algaba - ¿hasta cuándo?- Se ha descubierto por enésima vez un matadero clandestino…..Creemos que ha llegado la hora de acabar con ese “caso” de La Algaba o dejar el mercado libre, a ver si la competencia los arruina”.

e   Pero entremos de forma más pormenorizada en el asunto de este prospero tráfico de carne. La industria clandestina del sacrificio y venta de carne equina, mular y asnal en La Algaba contaba  con toda una desarrollada infraestructura consistente en:

1.  Una cadena de mataderos, muchos de ellos ubicados en casas particulares, aunque también existían naves plenamente equipadas para tal efecto que se alquilaban. En otras ocasiones se procedía a la improvisación de estos  mataderos en la alameda del río buscando ocultarse de la vigilancia de Guardia Civil e incluso, y cuando la necesidad apretaba, en las cunetas de las carreteras.

2.   La carne resultado del sacrificio de los equinos era puesta directamente en las carnicerías de la capital previamenteconcertadas, vendida entre el vecindario o  entregada a intermediarios responsables de introducirla en el mercado para su venta al público.  En otras ocasiones, en cambio, su destino era la de servir de materia prima a otros industriales del  mismo pueblo para la fabricación de embutido tales como mortadelas, chorizos o morcillas.

3.   Se contaba con una red de intermediarios, algunos de ellos dedicados al menudeo, mujeres que cada día acudía en el “coche de línea” con varias piezas de carne amarradas al cuerpo y escondidos entre sus ropas simulando bien un avanzado estado de gestación bien una excesiva gordura. Y todo ello cubierto con amplio mantón negro sobre una también amplia falda. Si bien, en la mayoría de las ocasiones, la carne se ocultaba en cesta de palma con doble fondo. Pero si esconder la carne era imposible se apeaban a la altura de la estación de Filtraje y, ya a pie, cogían el Camino Viejo de la Algaba para salir bien  de nuevo a la carretera de La Algaba-San Jerónimo, justo  a la altura del cortijo de Tercia, o continuaban hasta llegar a Barqueta donde o bien lo abandonaban dirigiéndose a la Macarena o bien seguían bordeando el río hasta Triana.  Cuando del por mayor se trataba, se utilizan los porta-canastos de bicicletas y moto, los asientos traseros de taxis habilitados para ser rellenados de carne, sacos que se simulaban de carbón  o bien se ocultaba en el interior de muebles o  cualquier otra mercancía no sujeta a tributo. Todo ello con la intención de burlar la vigilancia del “fielato” o Estación Sanitaria ubicado en el kilómetro tres de la carretera La Algaba - San Jerónimo. Paso obligado, previo pago del arbitrio municipal correspondiente, de todo producto alimenticio de consumo  a introducir en la capital.

 Aun día, a este respecto, se sigue comentando entre los vecinos del pueblo la práctica de una señora dedicada a la venta ambulante de esta carne en distintos bares o clientes de ciertos barrios, quien cuando el cliente le pedía cierta cantidad de carne, buscando lugar donde poder pasar desapercibida de la policía,  se despojaba del manto y desenredándose uno de los trozos de carne que portaba escondido en su cuerpo, cortaba, delante del cliente, la cantidad convenida. O la anécdota que escuché directamente de la boca de mi vecina en calle Baño “Antoñita Fuente”: 

“Cuando yo me casé me fui a vivir con mi hermana Salvadora  y recuerdo que para acostarme tenía  que quitar mi cama de matrimonio las patas de los burros, los lomos o tiras de carne y ponerlo por el suelo. O sea, que la carne dormía todo los días con nosotros. 

A un me acuerdo un día que la cogió la Guardia Civil  vendiendo carne en la Puerta Osario,  pues era allí donde ella se ponía. Se la llevaron al cuartel, le quitaron la carne que llevaba en el cuerpo liada y la que le quedaba en las dos canastas que mi marido“El Granao” le dejaba todos los días cuando iba camino de su trabajo en la Sevillana en una bicicleta que ella mismo le compró para tal menester. Una vez le tomaron declaración le dijo llorando al sargento que tenía un niño recién nacido y que tenía que darle el pecho. El sargento se compadeció y le dio permiso para que viniera a La Algaba a darle de mamar al niño. Y así lo hizo, se vino al pueblo, se cargótodo el cuerpo de carne y se fue a Sevilla a venderla y cuando terminó, sefue para el cuartelcon la venta hecha.”


4.  Por último, toda una trama de puestos en las plazas de abastos de la capital, carnicerías, bares y tiendas de chacina expendedoras  de esta carne que en ocasiones se presentaba al cliente como carne de vacuno y en otras, por el contrario,  ni siquiera se simulaba su origen.

 Pero con la intención de ilustrar todo lo anterior dicho traigo  tres testimonios directo de algunos de sus protagonistas o familiares. El primero de Trinidad Domínguez de las Casas,  hija de José Domínguez Serrano, “el Feriante”:

"Mi padre estuvo trabajando muchos años en el matadero del cuartel de Eritaña. El matadero vino a menos y terminaron por cerrarlo. Mi  padre tenía en aquel entonces unos cincuenta años. Entonces, yo recuerdo que una noche acostada le dijo a mi madre: – ¿con la edad que tengo a dónde voy a encontrar trabajo?-  Y mi  madre  le respondió: - No te preocupes que me he enterado que aquí en La Algaba se matan burros y luego la gente lleva la carne a Sevilla y allí la venden ganándose  algún dinerito. Como tú tienes muchos conocidos en Sevilla, voy a hablar con la madre de esa gente que le dicen “el Gallo” que son quienes se dedican a eso-. Dicho y hecho, al poco tiempo mi padre estaba llevando la carne a una carnicería muy famosa que estaba por la Estación de Cádiz. Y nosotras, mi madre y yo, también le ayudábamos. Escondíamos cuatro o cinco kilos de carne en los canastos y para Sevilla.
   
Poco a poco el negocio fue aumentando por lo que mi padre se puso al habla con Herrera, uno de los taxistas que había en el pueblo, para poder llevar todos los días cincuenta o sesenta kilos de carne. Herrera ponía el taxi justo en la  puerta falsa de mi casa, se llenaba el coche y para Sevilla a entregar la carne a las carnicerías que tocase.

Mi padre por aquel entonces comenzó a ganar mucho dinero, tanto que pasamos de vivir en alquiler en los pisos de Molina a comprar una casa vieja en la calle Equipo de Llano. La reformó entera, la amuebló con los mejores muebles del pueblo, puso un motor en el pozo para dar agua a toda la casa; en aquel tiempo no había agua corriente en La Algaba, y montó una cámara frigorífica para guardar la carne en el hueco de la escalera.

Pero ya aumentó la competencia y se metió por medio otro que llevaba la carne de burro más barata y mi padre decidió dedicarse sólo a la venta de mortadela de carne de burro. Mi hermano Pepe era el que sabía la fórmula y en el  lavadero de mi casa, junto con una muchacha que teníamos contratada, la  hacía.  Picaba la carne en su máquina, le echaba las especias y  la iba metiendo en unos tubos de lata.  Esos tubos de latas los iba colando en un barreños lleno de agua donde las cocía durante unos minutos. Una vez cocidas, las sacabas de sus latas y las colgabas  en unos alambres en había en el lavadero para que se secaran. Cuando se previa que se iba a tardar más tiempo en venderla se  bajaba a un cuartillo que había en el hueco del pozo para que se conservaran  frescas.

Venía la gente a mi casa con sus cestas y se llevaban uno o dos kilos, otros con sus bicicletas o motos compraban quince o veinte kilos para venderlas. Venían hasta forasteros, entre ellos el alcalde de Santiponce que luego las vendía en una pequeña tienda que tenía en su pueblo.

Mi padre nunca mató bestias en mi casa como dicen los periódicos. Nosotros no teníamos coral donde sacrificarlas. La  carne siempre se la traía  Luis Villegas quien mataba las bestias por la noche y llevaba la carne a una casa muy pequeñita que tenía la madre justo por la calle que daba la  puerta falsa de mi casa en la plazoleta de Calle Baño, y  por la mañana muy temprano la metíamos en  mi casa  y la guardamos en la cámara. Y el otro que le acarreaba la carne era su hermano José, pero éste la traía directamente de donde mataba las bestias.

Después la ruina. Aun me acuerdo de aquel día. Llegó mi padre al mediodía a casa diciendo que teníamos que esconder la mortadela porque “fiscalía” iba a venir al pueblo. La bajamos toda  al pozo. Por la  madrugada llegaron cuatro hombres vestidos de paisano, llamaron a la puerta, dijeron que eran policías,  preguntaron por mi padre y dijeron que sabían que allí se mataba bestias  y que iban a registrar la casa. Entraron y se fueron  flechados para el lavadero. Cuando vieron que no había nada, bajaron y dijeron a mi padre que abriese la puerta del pozo, bajaron y  dieron con ellas. Alguien que conocía muy bien mi casa se había chivateado a la policía.  Se llevaron las mortadelas,  las máquinas y a mi padre que estuvo dos días en la cárcel, luego lo soltaron pues no tenía antecedentes.”. 

El segundo, Diego García Amores“el Gallo”:

Antonio, te puedo asegurar que en aquel entonces comía carne de burro de La Algaba  hasta en el Pardo”.

La carne de burro era un negocio redondo. Las bestias la comprábamos a  treinta o treinta y cinco pesetas  y luego se vendía a ocho o nueve pesetas el kilo o a lo que corriese. De una bestia se podía sacar 120 o 140 kilos. 

La carne se vendía a gente del pueblo o forasteros que venían y  se llevan 30 ó 40 kilos. O se preparaba, se metía en sus cajas, se llamaba a un coche de alquilé y a Sevilla donde se vendía a carniceros o a los bares para tapas.  Otras veces se la acarreábamos a mi “cuñao”, Joselito Gallardo, que se dedicaba en su casa, donde tenía trabajando al  Antonio, la Teresa, el José y La Lola de “Vaturra” y mi prima Manuela que le decían la de la “Trapi ”, a hacer chorizos, morcillas y morcones para venderlo en Sevilla o la “Isla”.

Mis cuñado los Fefes y yo matábamos donde se terciaba, en el pajar  de  mi  suegro, en  la Cruz,  en el  patio de su casa en Pilar
García, alquilábamos  el matadero de Mauricio el “cojo” e incluso, cuando no podíamos en otro sitio en la alameda del río, se subía  mi hijo Diego en un árbol a vigilar por si venía la guardia civil y en un momento descuartizábamos las bestias.

Yo recuerdo que por aquel entonces  las calles de La Algaba estaban llenas de bestias, pues todos los días llegaban tratantes de animales de la parte de Extremadura y de la Sierra  con piaras de bestias y las dejaban sueltas por las calle como si tal cosa.
Nosotros siempre matábamos, pero otros que se dedicaban a esto iban a donde estaban las bestias, por ejemplo al patio de la Posa que había en frente de la Iglesia, hacían el trato y luego por la noche mandaba por las bestias, se llevaban  al matadero donde los  matarifes las sacrificaba y las destrozabas y a la mañana siguiente recogían la carne para venderla.

A mí también me cogió la guardia civil y estuve tres días en la cárcel. Acabamos de matar a un burro y una yegua en el pajar cuando llamó a la puerta la Guardia Civil. Yo le dije a mis cuñados que se fueran por la puerta  falsas. Nos quitaron los doscientos kilos de carne. Luego me enteré que fue un chivatazo de mi primo “Pepe el Grande”.

Por último, las hermanas Luisa y Manuela Carmona García, apodadas  las hijas de la“Trapis”. Tal apodo, como puede adivinarse,  se debe a que en el pueblo se le reconocía su dedicación al trapicheo de la venta de carne de burro.

“Las primeras que comenzaron en La Algaba a vender la carne de burrofueron la gente el Gallo, nuestra madre y mis tías.

Nuestra madre se llamaba Agustina García Rodríguez y mis tías Pepa la madre de Luis que le decían “El Villegas”, José “Pepe el Grande” y Jerónimo; y  Francisca que le llamaban la “chiquitita”.

Nuestra madre con cuatro hijos y un hombre siempre malo y mis tías las dos viudas con siete hijos que criar una y otros tanto la otra se tenían que trapichear para poder sacar  a sus hijos para delante.

Todos los días a las cuatro de la madrugada iban al puesto agua que había en la Plaza de España, se tomaban su café y luego iban a matar y/o  destrozar lo que  fuera: cochinos, burros, caballos, etc. Siempre eran animales que bien los dueños ya no querían por viejo, porque se habían roto una pata o estaban enfermos y ya no servían para el campo y los abandonaban, pues no quedaba más remedio que matarlos y enterrarlos o tirarlos a un muladar. Entonces los dueños llamaban a nuestra madre o a mis tías quienes los mataban y los quitaban del medio. Otras veces era la gente del pueblo quienes les avisaban: -Agustina, vengo de la Ribera y he visto un mulo que bebiendo se ha ahogado- allá iban mi madre y mis tías, destrozaban el animal, metían la carne en bolsa y la acarraban para mi casa en calle baño. Buscaban a  Salvadora  Fuente, que vivía muy cerca de la mi casa, en la calle Equipo de Llano,y se la vendían. Luego Salvadora se encargaba de ponerla en Sevilla. En otras ocasiones, cuando Salvadora no la cogía, buscaban a Manolillo el de la Venta Pringa.

Alguna gente le llamaban “las tres buitres”, pues cuando se enteraban que alguien había enterrado algún bicho, iban ellas y las desenterraban y allí mismo lo destrozaban o bien lo cogían, y para que nadie les viesen, lo acarreaba hasta la alcantarilla de desagüe de la  carretera que había cerca de la Torre del Agua por la Huerta Pérez, ponían sus cortina por ambos lados y lo descuartizaban. Otras ocasiones, por el contrario, eran los mismos dueños quienes llevaban  los animales moribundos a mi casa y así se deshacían de ellos.

La guardia civil cogió en varias ocasiones a nuestra madre y siempre le decía lo mismo: -“¿qué hacemos con usted, Agustina?”- . Y ella  respondía: -“hagan ustedes lo que quieran conmigo, pero yo tengo que criar a mis cuatro hijos”- . Al final le quitaban la carne y se marchaban.

Nuestra madre no se hizo rica, a la vista está, que tuvimos que ser nosotros con nuestro trabajo quienes tuvimos que hacer la casa donde vivíamos para que mi hermano pudiera vivir en condiciones antes de morir. “
Una vez escuchado los testimonios de algunos de sus protagonistas, veamos esta realidad, ahora a través de las noticias que van surgiendo en los periódicos sevillanos entre los años 1955 a 1958.
La primera vez que se tiene noticia sobre el tráfico de carne de equino en la Algaba, sería el 24 de noviembre de 1955 en que bajo el título “Cuidado con las tapitas de carne” en el diario ABC recoge la crónica de un padre de familia, Juan Antonio Velázquez Amores, que  estado sin trabajo y teniendo que alimentar cinco bocas decide dedicarse en el corral de su casa, sita en calle Ramón y Cajal nº 7, al sacrificio y venta de bestias. La carne obtenida en estos sacrificios (dos caballos y un mulo) se vendió entre sus vecinos, así como a la “Venta Carrión” establecida en la rotonda del cementerio de San Fernando al Precio de diez pesetas el kilo. El dependiente de dicha venta, llamado Enrique Toyos Sánchez, aseguraría a la Brigada de Investigación Criminal  desconocer que las tapas que servía en su venta procediesen del sacrificio de mulos. Juan Antonio Velázquez en esos dos meses que se dedicó a dicha actividad también vendió carne a su paisano Manuel Pérez Roble, quien viendo que aquello podía ser una salida a su situación de paro, una semana antes determinó dedicarse aganar algún dinero colocando carne a un tercero, en concreto en el establecimiento de bebida ubicado en calle San Bernardo nº  7, eso sí, al precio de doce pesetas.

Este primer decomiso parece destapar el tráfico clandestino de carne en La Algaba de forma que nada más comenzar1956, 19 de enero, la Guardia Civil sorprende a un matarife en un matadero de La Algaba mientras estaba procediendo al desollado y descuartizado de una yegua. En la misma operación fueron sorprendidos los Hermanos José Antonio y Manuel Vázquez con 140 kilos de carne de caballo y los hermanos Antonio y José Domínguez con 180 kilos. Toda esa carne tenía como destino su venta en la Capital.

Dada las grandes dificultades con las que se enfrentaban la benemérita para sorprender a los matarifes con las manos en la masa, no caber la menor duda que estos decomisos fueron posible a una denuncia previa de algunos de los implicados en dicho tráfico. No todos los días había sacrificios. Sacrificios que casi siempre se realizaban en casas particulares durante la madrugada borrándose todo rastro del mismo y para ello se llegaba incluso a encalar las paredes para eliminar posibles salpicaduras de sangre. Y para deshacerse de los despojos se echaban a los cerdos quienes daban rápida cuenta de los mismos. Pero hablando de dinerohagamos algunos cálculos:

Suponiendo que el total de carne decomisada a Juan Antonio Velázquez Amores hubiese sido de 300 kilos a un precio de diez pesetas el kilo de su venta hubiese obtenido un total de 3.000 pesetas, si le restamos el precio de las bestias, unas 100 pesetas, hubiese obtenido un beneficio total de 2.900 pesetas. Si tenemos en cuenta que el jornal medio en aquellos años era 36 pesetas,  del resultado de dicho sacrificio hubiese logrado un beneficio equivalente a 80 días y medio de trabajo o, lo que es lo mismos, dos meses y diez días.

El 1 de Junio de 1956 se procede de nuevo por parte de la Guardia Civil a la intervención de un total de 138 kilos, eso sí, ahora será de carne de burro y no de caballo como en el caso anterior. Esta carne no se decomisó en un solo matadero, sino que por el contrario se obtuvo del desmantelamiento de varios mataderos clandestinos cuyos propietarios eran:
  • ·         Salvador Escudero Fuentes.
  • ·         Miguel Ríos Fuentes.
  • ·         Manuel Camino de La Bandera.
  • ·         Antonio Duque de las Casas.
  • ·         Eduardo Alcantara Chazeta.
Pero las bestias en ellos sacrificadas pertenecían a:
  • ·         Francisco Clavijo Vargas, apodado “Jaquenbú”.
  • ·         Manuel García Amores, apodado “Manuel el de la Galla”
  • ·         Antonio Escudero García.
  • ·         Juan Antonio Vallejo.
La última noticia sobre el asunto de tráfico de carne en ese años se produce el 13 de Julio de 1956 en donde, ya no la Guardia Civil, sino  la Brigada de Investigación Criminal de Sevilla detienen, tras una persecución por la Ronda de Capuchino a los ya reincidentes hermanos Domínguez. La carne de caballo aprehendida a Antonio Domínguez de las Casas, de 23 años, y a su hermano José, de sólo 17 años, fue sacrificada en el pueblo de La Algaba, concretamente en el matadero de Luis Cruz García apodado “el Villegas” y de Manuel García Amores, apodado “Manuel el de la Galla”. Comprada al precio de  8 pesetas el kilo y en moto con ella los hermanos se dirigieron a la carnicería de José Velasco Vasallo, “carnicería Modelo”,  en la calle Juan Ignacio Benjumea donde había trabajado su padre, José Domínguez Serrano, y quien desde hacía tres años se dedicaba con el dueño a  la venta de carne de ganado equino por  vacuno. Allí dejaron 100 kilos al precio de 13 pesetas, tal y como venían haciendo dos veces por semanas desde hacía tres meses. Después marcharon en dirección a otra carnicería a colocar otros 70 kilo, momento en que son interceptado por la Brigada Criminal. La carne hubiese alcanzado como precio final aproximado de unas 33 pesetas.

Dentro de esa operación sería detenido, por último, el curtidor de pieles José Ortega Méndez “José del Cuarto Cajeta” por haber comprado la piel del caballo sacrificado.

Así me relata esta detención un cuñado de uno de los detenidos:

Mi cuñado tenía una moto Peuyo y su hermano una Montesa. En la parte de atrás montaban un cajón de esos grandes que se utilizaban para el transportar las hojas de tabaco y allí llevaban la carne. Ese viernes, como tantas otras veces,bajó el puente de la Borbolla y, dejando la carretera,  cogió  el Camino Viejo de La Algaba. Al llegar a la altura de los Filtros del Aguala policía le dio el alto, pero él se dio a la fuga. La  policía abrió fuego. Unpoco más y lo matan, varios tiros dieron en el cajón de la carne. Le persiguen y cuando ya iba por el Barranco, pensando que la había despistado, decide deshacerse de la carne y esconderse  en  la carnicería de José Velasco.  Nada más puso el pie en la carnicería no le dio tiempo a decir “José” cuando recibió un culetazo de un  rifle en la cara que le  tiró de espalda. Lo recogieron, lo metieron en un coche de policía a empujones y lo llevaron a comisaría Pero no todos los policías se fueron, sino que algunos se quedaron esperando a que llegase el hermano con otro porte. Y también lo cogieron. Una vez ya en comisaría losencerraron en celdas distintasCada cierto tiempo les sacaban de la celda, lo llevaban a un cuarto y le daban una paliza. Según cuenta mi cuñado, la paliza más grande que le dieron fue cuando en una de las ocasiones que lo sacaron vio al hermano con toda la cara y los ojos hinchados de la zurra que le habían dado. Se volvió como loco y comenzó a gritar a los policías que eran unos asesinos y unos canallas al  hacer eso a un niño. Su hermano por aquel entonces  tenía 17 años. Cuando ya la policía consideraron que sabía todo lo que quería,  les dejaron libres. Al poco tiempo se celebró un juicio en donde les condenaron a una multa y les impusieron una orden de alejamiento de los burros”.

En el año de 1957 tan sólo saltaría a los rotativos una noticia en referencia al asunto que nos ocupa justo a principio del mes de mayo. En esta ocasión protagonizada por la Guardia Civil del puesto de La Algaba quien procedería al desmantelamiento del matadero que en su casa tenía montado el matarife Francisco García Arenas, en el barrio de San Sebastián “el cementerio”  y en donde decomisarían 400 kilos de carne, procedente del sacrificio de una yegua y tres burros. De nuevo aparecería en escenario Manuel García Amores “Manuel el de la Galla” que junto a Bernardo Sanabria Molina  eran los propietarios de bestias sacrificadas.

Ya en 1958 el Sindicato Nacional de Ganadería y la Junta Nacional del Grupo Sindicato Caballa-Mular preparaban una propuesta que seríaatendida por el Gobierno ha mediado del año siguiente para liberalizar los precios de la carne equina. El Gobernador Civil de Sevilla, allanando el terreno a la futura ley y a través de su brazo ejecutor, conocido entre los traficantes como “Fiscalía”, hace llegar al pueblo su intención de terminar con el tráfico de carne y advierte que a partir de ese momento no dudaría en aplicar mano dura. Y dicho y hecho, en la madrugada del Día del Trabajo, San José Obrero por aquel entonces, los funcionarios de la Brigadas de Investigación Criminal tomaron materialmente el pueblo procediendo a desarrollar lo que la prensa denominaría como “Espectacular e Importante Servicio”  consistente en el desmantelamientode cinco mataderos y unafábrica de embutido de mortadela. De la investigación realizada ese mismo día en comisaría se averigua las carnicerías de la capital donde se vendía la carne, la existencia de un intermediario y los dos curtidores que compraba las pieles de los animales sacrificados. No cabe duda de la eficiencia de los interrogatorios de la época. Entremos en la descripción pormenorizada de dicha operación:

·        El primero en ser desmantelado fue del matadero de Manuel Morilla Arcos apodado “El hijo de Felipe el Panadero”. Sita en la calle 10 de Agosto nº 5, (actual calle Juventud). La carne sacrificada tenía como destino la carnicería que Francisco Sola Muñoz poseía en calle Uruguay de Sevilla. Allí era expedida como carne de vaca y al mismo precio que corría en el mercado. Manuel Morilla, por un módico precio, también arrendaba su matadero a todo aquel que se le solicitara.

·     El segundo matadero era de Luis Cruz García, “El Villega”, que una vez más era detenido por tales menesteres. Luis había alquilado una nave dotada de todo lo necesario para la matanza a Mauricio Cruz Ariza, apodado “el Cojo”, en la calle José Antonio Primo de Rivera Nº 27 (actual calle Almería). La carne se vendía a la carnicería existente en la calle Padre de Coloma nº 59 regentada por Pedro Hernández Chaparro o a su hermano Nicolás en la calle María de Molina, manzana 28 nº 2. Luis también surtía a la carnicería de Antonio Mateo Bejarano sita en la calle San Esteban nº 31.

El tercer matadero era propiedad de José Cruz García, el hermano de Luis “Villegas”, apodado “Pepe el Grande” ubicada en la calle Ramón y Cajal nº 10. José surtía carne de burro y caballos en exclusividad a José Domínguez Serrano, “El Feriante” para suindustria de embutido. 

·    El cuarto matadero se encontraba en las afueras del pueblo, en un  lugar llamado la “Ribera”, y era propiedad de Jerónimo Cruz García hermano de Luis “Villegas” y José “Pepe el Grande”.

·         El quinto y último matadero, pertenecía a Francisco Clavijo Vargas, “Jaquembú”, a quien     ya dijimos que fue detenido como propietario de una de las bestias  incautada por la     Guardia Civil de La Algaba en junio de 1956.

  • Tanto Jerónimo Cruz como Francisco Clavijo vendía la carne sacrificada en sus mataderos a un intermediario, José Geniz Carranza, “El Pavito”, quien se encargaba de colocarla en Sevilla al carnicero Antonio Pérez Ruiz , dueño de la carnicería existente en calle Alfonso XII nº 12 de Sevilla. Según se comenta José acudía diariamente en dos ocasiones a Sevilla para vender carne, utilizando como transporte la bicicleta, en el primer porte, y la motocicleta, en el segundo. Siendo siempre el acceso a Sevilla a través del camino de los Indios para no tener que pasar por el caseta del consumo o fielato que se encontraba kilómetro tres de la carretera La Algaba – Sevilla.
  • También caería José Domínguez Serrano, “el Feriante”, quien se dedicaba a la venta de carne como a la fabricación clandestina de embutido, en especial de mortadela, valiéndose de utensilios y maquinarias que de suyo poco tenía que envidiar a las industrias cárnicas más avanzadas de su tiempo, incluyéndose entre ellos una cámara frigorífica que le permitía conservar la carne por el tiempo que fuese necesario hasta su venta.
El 17 de octubre de 1958 se da a conocer el expediente instruido por la Jefatura Provincial de Ganadería sobre este asunto de sacrificio clandestino de equino y el tráfico ilícito de su carne: La sospecha de quien escribe es que la sanción impuesta a cada uno de los expedientados resultaba de multiplicar por 1.000 el posible beneficio que le hubiese reportado un kilo, en el caso de la carne, y un metro, en el caso de las piel curtida, sólo así seexplicaría que las multas a los dueños de los mataderos sean de 10.000 pesetas y en cambio 5.000 a 2.500 pesetas los intermediarios o 1.000 los curtidores de pieles.

INFRACCIÓN

                 CARNICERÍAS DEDICADAS A LA VENTA DE CLANDESTINA DE CARNE DE EQUINO
      
        Sancionado                                                      Sanción                                              
       
  • Antonio Mateo Bejarano             - 10.000 pesetas -Cierre establecimiento
  • Francisco Sola Muñoz                - 10.000 pesetas - Cierre establecimiento
  • Fernando Hernández Chaparro - 10.000 pesetas – Cierre establecimiento 
  • Nicolás Hernández Chaparro     - 10.000 pesetas – Cierre establecimiento
  • Antonio Pérez Ruíz                     - 10.000 pesetas – Cierre establecimiento

                                       
TRAFICANTES
  • Manuel Oliver Robles                 -10.000 pesetas
  • Manuel Morilla Arcos                 - 10.000 pesetas
  • José Domínguez Serrano          -10.000 pesetas
  • Francisco López Ortiz               - 10.000 pesetas
  • Luis Cruz García                        -10.000 pesetas
  • José Cruz García                       - 10.000 pesetas
  • Jerónimo Cruz García               - 10.000 pesetas
  • Francisco Clavijo Vargas          - 10.000 pesetas
  • Mauricio Cruz Ariza                   -10.000 pesetas
  • José Genil Carranza                  - 10.000 pesetas


COMERCIO CLANDESTINO DE PIELES 
  • Antonio García Rodríguez                   1.000 pesetas
  • José Ortega Méndez                             1.000 pesetas

Tanto los testimonios leído de algunos de sus protagonista como el detallado relato de la requisa de la Brigada Criminal de Investigación de Sevilla, pone de manifiesto la magnitud de la “clandestina” industria de carne equina, asnal y mular del pueblo de La Algaba. Y entrecomillo lo de clandestina porque al día de hoy me resulta muy difícil creer que pasase desapercibida, ya que casi todos los mataderos estaban ubicados en la zona más céntrica del Pueblo y cerca, cuando no colindante, con el cuartel de la Guardia Civil. También la arriada de tratantes de bestias que día tras días acudían al pueblo para su  venta y, por supuesto, el trasiego de las mismas hasta los mataderos para su sacrificio, y, una vez desolladas ydescuartizadas, su venta en casas particulares tanto a nativos como a forasteros o su transporte a puestos de los mercados y carnicerías de Sevilla salvando los distintos fielatos de la ciudad. A todo ello habría que añadirle que los mataderos antes indicados no eran los únicos que conformaban esta industria cárnica. Y como prueba las sanciones que cuatro meses antes, 23de julio, se les habían impuesto por“tráfico de carne procedente de matanzas clandestinas de équidos”:

Comercio Clandestina de Carne  (Intermediarios)

 Sancionado                               Sanción

Antonio López Padial              5.000 pesetas.
Antonio Ramos Molina            5.000 pesetas.
Manuel Oliver Robles              5.000 pesetas.
Miguel Ruíz Román                 3.000 pesetas.
María Rosa Avalo                    2.500 pesetas.
Antonio Tristán Carmona       2.500 pesetas.
Josefa Priego Morán               2.500 pesetas.


Bien se podía decir parafraseando a Diego García Amores: “en aquel tiempo en La Algaba se mataba burros en una casa sí y en otra no”, ya que el año 1958 fueron sancionados un total de 24 personas, 19 de ellas vecinos de La Algaba, con un montante total en multas de 175.700 pesetas que aunque al día de hoy nos puede parecer poco dinero, si comparamos con la carestía de la vida por aquellos años:  el precio del 1 kg de pan, 7,50 pesetas, 1 kg de carbón, 2,75 pesetas, 1 kg de azúcar, 11 pesetas, 1 kg de patatas 2,20 pesetas, 1 kg de arroz, 11 pesetas, 1 libro de leche 4, pesetas, 1 kg de patatas, 2,20 pesetas,  1 litro de aceite 16 pesetas, un corte de pelo, 8 pesetas, un periódico 1,50.  (Kapikua, Severiano Arnáiz) la cosa cambia, y si lo comparamos con el jornal medio de aquellos años llegamos a la conclusión que la multa de 10.000 pesetas, era el equivalente a 278 días de trabajos o, lo que es lo mismo, 9 meses de trabajo ininterrumpido de un obrero normal de la época.

Pero este relato quedaría incompleto si no echásemos una ojeada a la evolución de la legislación sobre el sacrificio de equinos destinado al consumo humano en los años cuarentas y cincuenta del siglo pasado. Legislación que evolucionaría desde la prohibición,  permitiéndose excepcionalmente su  sacrificio siempre que estos animales fuesen inútiles para el trabajo, justo después de la Guerra Civil, a un progresivo incremento de su cuota de sacrificio para abastecer a las “clases pobres” durante los siguientes tres lustros y a cuya sombra se produciría la expansión de la clandestina industria cárnica de equino en el pueblo de La Algaba. Industria que terminaría por ser desmantelada un año antes de que se procediese, ya a punto de inaugurar la década de los sesenta., a publicar la Orden Ministerial que volvía de nuevo a imponer grandes restricciones a su consumo.

El 18 de mayo de 1940, el Ministerio de Agricultura del nuevo Régimen Franquista  dicta una Orden por la que se prohibía en toda España el sacrificio, con destino al abastecimiento de carne, del menoscabado ganado equino sin limitación de edad ni defecto siempre que éste pudiera tener  alguna utilidad en las faenas agrícolas. Pudiéndoselo, por el contrario, sacrificarse únicamente aquellos que se inutilizasen totalmente por accidente casual, con la condición de que el sacrificio se debía de realizar en la población en que prestasen servicios para evitar su comercialización en las tablajerías y siempre que la persona que se personase en el matadero pudiera demostrar al director del mismo que era su dueño,  que había sido empleado en trabajos propios y la causa del accidente de forma que no cupiese duda de que no fue provocado intencionadamente para poder, de esta forma, sacrificarlo.
Tal éxito cosecho dicha orden que seis años más tarde, el 8 de abril de 1946, este mismo ministerio dictaría otra orden mediante la cual regularía el “sacrificio de ganado equino destinado al abastecimiento público” en un intento  de  “dar salida a aquellos animales de la especie equina que no rindiesen suficiente con su trabajo” y con ello alcanzar varios objetivos:

·    Hacer frente a la escasez de pienso, ya que el aumento de la mecanización del campo había permitido poner en cultivo muchas tierras hasta entonces baldías y dedicadas el cultivo de forraje para las bestias de labranza

·    Ante el incremento demográfico de la población española y la escasez alimenticia, convertir esta carne en un medio para asegurar, a través de un precio más asequible, el consumo de carne en la dieta de “las clases más humildes”, y ello bajo la justificación de que su consumo era tradicional entre dicha clase.

·   Asegurar la salubridad y procedencia legítima de los animales de aquí de aquí que el sacrificio de los mismos debían de realizarse en los mataderos municipales.

·    Evitar el peligro de un descenso excesivo en los efectivos aptos para el trabajo limitando los animales a sacrificar como las carnicerías, es decir, tablajería  en donde se podía distribuir la misma.

Para hacer efectivo tales requerimientos se  adoptarían las siguientes disposiciones:
  •    Tan sólo se podría sacrificar aquellos animales que fuesen inútiles para las labores del campo bien por haber sufrido un accidente que le incapacite o bien por encontrarse físicamente imposibilitado de rendir eficiente en su trabajo. La persona responsable de certificar tal extremo era cierto serían los Inspectores MunicipalesVeterinarios,quienes cobrarían por la realización del reconocimiento y expedición del correspondiente certificado 30 pesetas.
  •     La venta de la carne y despojo fruto del sacrificio de los animales, se vendería en exclusividad en establecimiento autorizado para tan fin, quedando totalmente prohibido hacerlo en los de otro tipo de carne.
  •   En cuanto al cupo de animales que podía ser sacrificados era de -3- por establecimiento y día. Siendo el número de tablajerías -1- por cada -1.000- habitantes.
  •     El precio tanto de la carne como de su despojos resultado de la matanza sería establecido por la Comisaría General de Abastecimiento y Transporte.
  • ·   Los animales a sacrificar podía ser llevado al matadero municipales por cualquier persona siempre los animales transportados a los mataderos fuesen acompañado de  sus correspondientes guías de sanidad y origen.

  •     Los responsables de vigilar y hacer efectivas las medidas recogidas en esta disposición serían las Alcaldías e los Inspectores Municipales Veterinarios.
En 1951, 30 de agosto, y puestos que las circunstancias que justificaron la aprobación de orden ministerial de 1946 aun alcanzaron mayor vigencia y desarrollo,  permitió una ampliación del cupo máximo de sacrificio que permitirse la extensión de los beneficios del consumo de carne equina a los núcleos de población económicamente más débiles y a quienes la orden anterior limitaba su acceso, disponiéndose lo siguiente:
  •     El cupo máximo de sacrificio a partir de ese momento sería de -100- por cada -100.000- habitantes. En poblaciones con censo menor y que además sus características económicas-sociales se considere conveniente, es decir, que la inmensa mayoría de la población estuviese constituida por obreros y donde el  acceso a otro tipo de carne fuese prohibitivo por sus precios,  podría autorizarse el sacrificio siguiendo la proporción anterior 1 animal por cada 1.000 habitantes.    
  •      El precio en canal en los mataderos municipales de destino será el de nueve pesetas kilogramo. Los entradores percibirían íntegramente el valor de los despojos comestibles e industriales, los cuales sólo podrán distribuirse en tablajerías de ganado equino.
Dos años más tardes, y dado el éxito  que estaba alcanzado en la España la equinofagia y el continuo aumento de los excedentes de ganado equino, consecuencia de la progresiva mecanización del campo, se rompe la rigidez del cupo de sacrificio y limitación de la tablajería. Así a través de la orden de 30 de septiembre de 1953, aun sin tocar el cupo definitivo recogido en la orden del 30 de agosto 1951, se abría la posibilidad de aumentar dicho cupo siempre que las características de la localidad, la densidad de la población obrera destinataria de dicho tipo de carne, la falta de carne de otras especies animales y las costumbre de consumo de este tipo de  carne así lo aconsejase. La solicitud del incremento del cupo máximo de sacrificio establecido por al Ministerio de Ganadería se canalizaría a través de los sindicatos locales de Ganadería, los cuales elevaría tal petición a la Jefatura Provincial de Ganadería, elaborando ésta el informe que habría de resolver la Dirección General de Ganadería aceptándola o desestimándola.

Tal fue el aumento del consumo de carne equina que se estaba llegando al agotamiento de los excedentes de estos animales en el País. Así en  el  cuatrienio 1952-1956  disminuye en un cincuenta por ciento el censo de yeguas en España, lo que llevaría al propio Ejército a dar la voz de alarma y solicitar que se prohibiese el sacrificio de yeguas y asnas en los mataderos para consumo humano. Para atender toda esta casuística el 27 de julio de 1959 se aprueba la orden por la que se regula el sacrificio de ganado equino imponiendo criterios restrictivos en la concesión de nuevas tablajerías de carne equina y una revisión de los cupos hasta entonces vigentes, sobre todo en poblaciones  de censo demográfico pequeño para una mejor distribución de los excedentes de carne equina, adaptándose las siguientes medidas:    
  •     Quedaba terminantemente prohibido el sacrificio de yeguas de menos de doce años  y asnas de menos de diez años de edad.
  •     Se establecía la libertad de precio y de comercio el ganado equino de abasto y sus canales, así como las demás carnes de dicho ganado en todas sus clasificaciones. Igualmente quedaba en libertad de precio y comercio los despojos comestibles e industriales de ganado equino, tanto en los escalones de matadero y venta al público, como en los intermedios de industrialización. Con tal medida se intenta ajustar el precio a la oferta y demanda, y con ello necesariamente se habría de producir un aumento de los precios, sobre todo del a cada vez más escasa carne equina.
  •    Se prohibía que los industriales dedicados a la venta de carne de equino, cecina, despojos y productos derivados de los mismos, pudieran comerciar con carnes y despojos de otras especies de abasto, ni que poseyeran establecimientos de industrialización de carnes y productos cárnicos, tales como centros de aprovechamiento de cadáveres y animales e industrias chacineras en general.
  •     No se permitía la circulación de carne foránea de equinos y sus despojos fuera del término municipal donde se sacrifiquen las reses.
Así pues,  y después de este dibujo realizado sobre el consumo de la carne durante los años veintes y años cincuenta del siglo pasado en España, se puede concluir que el consumo de carne de equino (caballo, mulos y asnos)  permitió mantener  la carne en la dieta de las clases más humilde, al ser privativa por su carestía y escasez la carne de vacuno o porcino. Así el caso del “Caseta” se inserta en la crisis económica del 1917 y  el Tráfico Clandestino de Carne de “Borrico” de los años cincuenta en la hambruna de la Postguerra y el estraperlo. En ambos casos el sacrificio y venta de carne de origen equina en el pueblo de La Algaba se produce al margen de leyes que las regulaban, por lo que escapa a todo tipo de control sanitario.  Y todo ello, bajo la vista gorda, cuando no consentida, de las autoridades competentes del momento en el convencimiento de que tal accesibilidad era la forma más efectiva de dar salida a una carne que de lo contrario habría de acabar alimentando a las aves de rapiñas, de abono o incinerada en los mataderos municipales.

Por último, no me gustaría terminar este breve estudio sin pedir perdón si en algún momento los familiares de las personas que aquí he señalado pudieran entender que con este artículo he manchado su memoria, nada más lejos de mi intención. A esta altura no caben juicios morales, todo lo contrario, sólo conociendo esta realidad seremos capaz de comprender a sus protagonistas, hijos de un tiempo, que esperemos no vuelvan a repetirse.

Bibliografía:
Revista Veterinaria De España - 1910
Revista Veterinaria De España- Diciembre de 1917
Hemeroteca:
Hemeroteca Periódico el SOL
Hemeroteca Periódico ABC
Testimonios:
Antonia “La de Fuente”
Diego García Amores "El Gallo"
Trinidad Domínguez de las Casas "Hija del Ferieante"
 Luisa y Manuela Carmona García "La Trapis"
Manuel Merino Bazán "El Merino el Pescadero"







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