lunes, 13 de abril de 2015

INTRODUCCIÓN


 AQUELLAS NOCHES DE VERANO


Si alguien se acerca a estas páginas buscando encontrar parte de la historia del Pueblo de La Algaba tengo que desilusionarle, pues no van de ello. Ahora bien, si lo que buscan es  bucear en su memoria colectiva, creo que han acertado. Como psicólogo cada vez voy dando más importancia no tanto a los hechos en sí, si no a como éstos me son devueltos por aquellas personas que me los entregan. Es decir, cómo ha vivenciado el espectador una determinada realidad. Por tanto, dejo al historiado la descripción objetiva de la historia, tocándome a mí la recopilación de esa otra verdad más subjetiva que, tamizada por los reminiscencias previas, sentimientos y estado de ánimo de quien los evoca
TORRE DE LOS GUZMANES
, conforman los recuerdos. Retazos de memorias individuales que entretejidas pretender llegar a ser memoria colectiva . Tesoro intangible que en más de una ocasiones he sentido la frustración de haber perdido cuando al intentar escucharlos de nuevo a sus narradores/as ya estaban ausentes ya la enfermedad los habían  borrado.



 Así pues, y sin más preámbulo, me pongo mano a la obra y para ello que mejor que comenzar por aquellos que me son más próximos, sacando del olvido las tarjetas postales de esas noches de verano en las que mis padres, “tomando el fresco”, contaban viejas historias de sus años de novios. Eran tiempos de posguerra y hambres, de  obligado paseos por la carretera , perímetro del pueblo y defensa ante las crecidas del rio y la ribera , de la fiesta de la Cruz del Convento,  San Antonio, San  Juan,  Feria de Septiembre o de los Toros que con la venida del Nacional Catolicismo comenzaron a celebrarse en honor y gloria de la Purísima Concepción de María. Lugares y ocasión para el flirteo bajo la indisimulada e inquisitorial mirada de todo el pueblo vigilante de la conducta moral de sus miembros más jóvenes. 

Aquí, como el resto de la geografía española, el cine “Tristán”, como “cine de invierno” en la prolongación de la calle Rodríguez de Borbolla, o “Bazán” y  “Recreo” ,como "cines de verano" en calle Manuel Moreno y  Córdoba, estaban llamados a convertirse en grandes ventanales abiertos a un mundo en la mayoría de las ocasiones allende de los mares o mudabansen, cuando así se requería, en teatros o local donde celebrar festivales.

CAMPANARIO DE LA IGLESIA Nª SEÑORA DE LA NIEVES
Los hombres, y algunas mujeres, sobre todo las solteras, se dedicaban al campo como jornaleros/as empleados/as en las tareas de escaldado, aclarado y recogida del algodón, del segado y trillado de trigo o descamisado y desgranado del maíz y ,como no, en  la recolección y empapelado de la naranja  para la exportación. Otras  “servían” en “las casas de la gente bien de Sevilla” o vendían en la Plaza de la Encarnación o Feria tacasnina, espinacas o productos artesanales tales como las escobas que previamente adquirían al padre de Candelaria, la abuela de Diego Tristán. o cestas de palma de fabricación casera. A todas ellas se les veían a horas tempranas formando bulliciosas y desordenadas filas, casi nunca respetada, en la calle del “Compas” o calle “Sevilla” desde la cera del actual Banco Popular de Andalucía hasta la fuente de la Virgen del Rocío. Era la única parada del autobús de la empresa “Landa” en el pueblo. Autobús que, tras dejar la carretera con dirección a Santiponce, bajaba la cuesta de la Calle Sevilla frente al antiguo Cementerio, llegaba hasta la calle de la Torre y dando la vuelta, se disponía en posición de salir de nuevo para la puerta de la Macarena. Al principio el viaje Sevilla- La Algaba y Viceversa costaba un real (25 céntimos de peseta) y ya en el años 1935, sería siete chicas (35 céntimos)  o tres perras gordas (30 céntimos) y una  perra chica (5 céntimos). Justo allí, en el ”Compas”, se montaba unos sombrajos, tenderetes improvisados, en los que se apilaban los productos del campo para su venta. Era la plaza de abasto y en ella, como no podía ser de otra forma, un bar, “marquesina” donde hacer tiempo y resguardarse de intemperie mientras venía el autobús, donde poder tomar aguardiente y coñac en invierno y agua fresca en verano. El único bar donde a las mujeres le estaba permitida su entrada y estancia. Era el bar de "Migel de la Morena" en la casa donde hoy se encuentra la tienda de "Asunción la Maestrante". 
CALLE SEVILLA O "COMPAS"




             Y entre recuerdo y recuerdo buches de agua fresca del búcaro de barro dispuesto junto a la silla para no tener que entrar en la casa e interrumpir la conversación. Agua que aclaraba garganta permitiendo enlazar con historias referentes a la dieta, que no era otra que chuscos de pan en los tiempos del “cigarro” o descanso en el tajo acompañado con un poco de chorizo cortado a filo de navaja. Pan al que en la cena se le insinuaba en rápidos movimientos de extremo a extremo, largas tiras de escuálidas morcillas y corteza de rancio tocino. Era la pringa que más que alimentar el estómago alimentaba la ilusión de quien en harta hambre creía comer manjar de ricos. Mi madre, Teresa la de Vaturra,  con ese tono jocoso que siempre sabía poner a sus relatos, lo describía  como “hacer carrera de cinta con la morcilla o tocino en el pan”. Segundo plato éste del  omnipresente  cocido de garbanzo. Y es que era tan reducida la carta en casa del pobre que el cocido de garbanzo adquirió el genérico nombre de “comida”.  Luego, obligada mención al gazpacho cuyo rojo amarillento delataba la escases de tomate, al “sopeao”, pan mojado en gazpacho, o a la “papucha” o “alpargata”, parte inferior del bollo de pan blanco abierto a su través, que arrojado al dornillo,  se empapaba en el agua de la ensalada de escarola aliñada, hortaliza prima pobre de la lechuga.

Por último, mujeres que  lavaban la ropa en la ribera o el salidero de los filtro, camino del actual cementerio, temerosas en los días de tormentas que un rayo le alcanzase tal como ocurrió a una mujer a finales del siglo XIX y cuya historia fue pasando de boca en boca de generación en generación.   


Todo concluía cuando el calor apretaba y Dolores, “La niña del Jeromito el Guardia”, agitando su vestido, lanzaba a voz en grito toda una retahíla de improperio con la intención de que se despertase la Bejarana, briza de la noche veraniega.  Especial  jaculatoria con la que Dolores lograba ruborizar a los más pequeños y la hilaridad en los adultos. 

Y así se iban desarrollando las noches de verano hasta que el frio las noches finales de agostos y el agotamiento de las vacaciones de mi padre obligaban a acostarse antes.

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